lunes, 13 de junio de 2022

Las feligresas (2022)

Este relato, titulado 'Las feligresas', ha sido seleccionado ganador del mes de mayo en el concurso literario mensual que organiza el Projecte LOC. He recibido la noticia bien temprano en la mañana, por correo electrónico, mientras me tomaba el primer café del día. ¡Buena manera de empezar la semana! 



Las feligresas

Las antiguas puertas de Modas Mercedes se cierran tras las espaldas de la señora Emilia. Sobre su brazo izquierdo cuelga una bolsa de tela de rejilla cargada de naranjas, las asas clavándose implacablemente sobre su piel. Cargada como se encuentra, uno esperaría que su figura, arrastrada por el peso de las naranjas, tendiera hacia el lado izquierdo, pero sucede precisamente lo contrario: esforzándose por mantener el equilibrio, su cuerpo se inclina hacia el lado derecho, tratando de cubrir con su sudorosa mano una enorme rasgadura que se ha abierto a lo largo de la falda y que amenaza descubrir la piel de sus piernas varicosas. Sofocada por el calor, y apurada por su desventura, se toma unos segundos para respirar. Al cabo de unos instantes, comprueba aliviada que, además de ella misma, solo hay una clienta en la tienda que está apoyada, dándole la espalda, sobre el envejecido y gastado mostrador. Al otro lado, ajena por completo a la presencia de la señora Emilia y enfrascada en lo que parece ser una apasionante conversación, se encuentra Mercedes, dueña del establecimiento. Emilia, posando su mirada en las innumerables cajas de medias, calcetines varios y coloridas bobinas de tela que reposan sobre las vetustas estanterías, comprueba que la pequeña mercería parece estar congelada en el tiempo: apostaría a que nada ha cambiado desde la última vez que estuvo allí –y de eso hace ya más de diez años-, cuando se casó Manuela, la menor de sus tres hijas, para comprar una bobina de hilo blanco que uso para resarcir un pequeño enganchón en el inmaculado vestido de su hija. Mercedes, que supo leer la urgencia en los ojos de Emilia, no dudó en triplicar el precio de la bobina de hilo; si algo le había enseñado la experiencia, era a reconocer el nerviosismo en la mirada de las madres de las mujeres casaderas. Emilia, disgustada por el oportunismo de Mercedes, se prometió a sí misma que no volvería a poner un pie en esa tienda, y, de hecho, si su falda no se hubiera malogrado en medio de la calle y a escasos metros de la dichosa mercería, así hubiera sido. Encontrándose más desahogada, se acerca al único maniquí de la tienda, ataviado con un vestido azul oscuro con diminutos topos blancos. Emilia, mientras examina la tela del vestido, que no parece de muy buena calidad, alcanza a escuchar parte de la conversación que mantiene a Mercedes y a la convecina por completo absortas: … y cuando lee los salmos… ¡qué delicia!, dice Mercedes, con incontenible emoción. Ni en la catequesis escuché las palabras de un cura con tanta atención… ¿No te pasa? Este Padre Lucio… Tan joven… ¿Qué edad debe tener? Apuesto a que no más de cuarenta… Ay, quién los pillara, suspira Mercedes, sintiendo el peso de sus sesenta años aplastándola como una losa. Emilia, sorprendida por el contenido de la conversación, falla en contener un pequeño respingo, que provoca la caída de una de las naranjas sobre el suelo ennegrecido. El pequeño estrépito que genera la pieza de fruta al rebotar contra la madera del suelo saca a Mercedes y a Paca, la clienta, de la ensoñación. Con notable incomodidad, Mercedes clava su mirada sobre el rostro sorprendido de Emilia, que trata de recoger la naranja del suelo sin que la integridad de su falda quede por completo perjudicada. ¿Puedo ayudarle en algo?, pregunta Mercedes, adoptando de repente un exagerado posado de profesionalidad. Emilia, sintiéndose de nuevo azorada, responde con una pregunta, interesándose por el precio del vestido azul. Los ojos de Mercedes, examinando con interés el pésimo estado de la falda de Emilia, parecen sonreír. Pues está de oferta, 49.95…, contesta Mercedes, improvisando una cifra. Y es monísimo, muy a la moda, dice, con afectado entusiasmo. Talla única, estira bastante, añade, mirando las redondeces de la accidentada clienta. Emilia, movida por la urgencia, la incomodidad y el deseo de abandonar ese lugar cuanto antes, acepta. Después de ponerse el vestido en el interior de un diminuto probador con olor a madera enmohecida, saca el billete con el que había de hacer la compra de la semana y paga el vestido. Mercedes y su atenta interlocutora vuelven a la conversación tan rápido como Emilia y sus naranjas abandonan la mercería.

            Domingo. Emilia entra en la pequeña iglesia y toma asiento, como de costumbre, en uno de los bancos más alejados del altar. Mientras los últimos feligreses van llegando, Emilia se abanica enérgicamente, rebotando los ribetes de su abanico azul –a juego con su vestido nuevo- sobre su acalorado pecho. Al rítmico rebotar de los abanicos de Emilia y el resto de mujeres que esperan el inicio del oficio, se le añade un nuevo sonido que proviene de la puerta del templo cristiano, y que corresponde, como pueden comprobar al girarse para identificar su origen, al vanidoso taconear de la señora Mercedes. La dueña de la mercería avanza impúdicamente por el pasillo que se abre a lado y lado de los bancos de madera de la iglesia, incurriendo en soberbia a cada uno de sus pasos. Emilia observa como su convecina, más emperifollada que nunca, se dirige con ademán altivo al banco de la primera fila, el que desde hace semanas viene siendo su asiento habitual. Emilia, boquiabierta, no puede despegar sus ojos de las alegres galas con las que se ha presentado Mercedes a la casa del Señor: un ajustado vestido rojo vino, sobre la rodilla que, de no haber sido un par de tallas más pequeño de lo que la corpulencia y la edad de Mercedes requerirían, tal vez hubiera resultado una buena elección para una noche de verbena. Emilia y el resto de congregantes, incluso unos minutos después del inicio de la misa, no logran desviar la mirada del extravagante aspecto de Mercedes, que, a su vez, solo tiene ojos para el Padre Lucio. Mercedes, adoptando su versión más devota, asiente efusivamente, en un intento de remarcar cada una de las palabras que se escapan de la boca del cura. Emilia, encontrando un mayor interés en el impostado gesticular de Mercedes que en el rezo de la oración que abre la liturgia eucarística, es capaz de percibir el irreprimible deseo de Mercedes al escuchar las palabras comer su carne, beber su sangre..., derramándose de la boca del cura. El Padre Lucio, finalizada la plegaria eucarística, y en habiendo invocado a la Virgen, al obispo del lugar, al Papa y a santos varios, se dispone a repartir el cuerpo de Cristo, fraccionado en diminutos pedazos de pan, entre los feligreses. Emilia logra contener la risa cuando el cura, con toda la dignidad que su posición le confiere, se alza frente a Mercedes, que espera fervorosa recibir su trozo de pan, y ella abre su boca, derribando en un solo gesto la piadosa impostura construida durante toda la misa. Mercedes cierra los ojos sensualmente, saboreando su momento favorito de la semana, y cayendo nuevamente –piensa Emilia- en el pecado. Cuando la hostia sagrada se ha deshecho plenamente en su boca, Emilia alcanza a ver como su vecina, sonriente y satisfecha, desentierra un billete de cincuenta euros de su perfumado y generoso escote y lo deja sobre el cepillo, que se irá moviendo, mano a mano, hasta los últimos bancos de la iglesia. Emilia, estupefacta, no logra retirar los ojos de su desvergonzada vecina hasta que el cepillo llega a sus manos. La generosa ofrenda de Mercedes reposa sobre un mar de monedas, provenientes de los bolsillos de sus no tan espléndidos vecinos. La idea cruza su mente rápida, como un rayo. Mira su vestido azul a topos, primero, y luego el billete… Por último, con discreción, mira a su alrededor. Solo Dios sabe cómo esos cincuenta euros desaparecieron del cepillo y acabaron, bien escondidos, en el monedero de la señora Emilia, de donde –o así lo sintió ella- habían salido hacía un par de días.

Gamusina

Fuente de la imagen: https://forosdelavirgen.org/poder-sanador-hostia-consagrada/ 

martes, 10 de mayo de 2022

Delicatessen (2022)

Mi texto 'Delicatessen' ha sido seleccionado ganador del concurso mensual de relato breve que organiza el Projecte LOC/Ajuntament de Cornellà de Llobregat. El relato formará parte de la antología y participará como finalista en el concurso anual.  Qué ilusión! 💛




Delicatessen

Marisa observa la costura de las medias comprimiendo la carne de sus enormes muslos y, por primera vez en la vida, su propia imagen no le resulta grotesca: se siente tremendamente sexy, y está cada vez más convencida de que la cita con ese desconocido va a ser todo un éxito. La aterciopelada voz de Peggy Lee llega a sus oídos desde las entrañas de los altavoces de su equipo de música, y advierte en ella una confirmación de su favorable augurio: Oh, this is the night... It's a beautiful night, and we call it bella notte... Tarareando y dando a luz a una nueva versión del clásico, Marisa completa su vestuario con un vaporoso vestido rojo que resalta sobre su piel blanca, desde hace largos años protegida de las inclemencias del sol. Y es que Marisa, aunque de pequeña disfrutaba nadando en el mar y haciendo castillos de arena bajo el sol, cuenta muchos años desde la última vez que puso un pie en la playa; encontrar un bikini de su talla no es tarea fácil... Y, cuando al fin lo consigue, luego no se atreve a mostrarse públicamente en él; nuestro mundo es un mundo cruel. Sí, Marisa bien lo sabe: durante toda su vida y hasta hace muy poco, esta realidad la había golpeado con una fiereza supina, abriendo heridas invisibles de las que aún supuran la pena y la rabia. Pero esta vez, -se dice a sí misma-, será diferente. Sí, con Ernesto será forzosamente diferente; Marisa, para su goce y alegría, parece cumplir a la perfección con el prototipo de chica que él busca. Y no, no se trata de uno de esos hipócritas que dicen fijarse solo en el interior de las personas, como si el tener sobrepeso ya le eximiese a uno de ser atractivo y lo obligase, para compensar, a ser buena persona. No, Ernesto no es así; a Ernesto le gustan las mujeres plus size, y así lo indicó en el perfil de la app que los puso en contacto: "Varón, 34 años. Asesor gastronómico. Busco mujer plus size para una cena delicatessen y lo que surja". Marisa repasa su pintalabios y observa las redondeces de su rostro, que hoy, al sonreír, le parece mucho más hermoso. Finalmente Marisa se perfuma y sale de su apartamento, sintiendo como las hebillas de los atrevidos zapatos de tacón se le clavan en la piel de unos pies que, para su sorpresa, avanzan por la calle pisando más fuerte y seguros que nunca. Sí, a Marisa la suelen mirar por la calle, pero hoy siente que los ojos que se clavan en su espalda ven a una persona diferente, alguien que se ha permitido ser quien es en absoluta plenitud. El paseo hasta la dirección que le ha facilitado Ernesto se le hace corto, y en menos de un santiamén se planta en la puerta de su lujoso domicilio. Está tan nerviosa y emocionada que ni siquiera siente la fina capa de sudor que empapa casi por completo el trozo de tela del vestido que cubre su espalda. Ernesto abre la puerta. Se saludan cordialmente y entran al interior de la casa, cuya lujosa y pulcra decoración hace las delicias de su invitada. Marisa acepta sonrojada los cumplidos que él le dedica, y después de intercambiar unas palabras torpes y tímidas, él le sirve una generosa copa de vino. Marisa se fija en cómo se tensa su cuerpo trabajado bajo la ajustada camisa al descorchar la botella y se siente arder en un deseo urgente de liberarle cuanto antes de la misma. Él se sienta a su lado, con un posado elegante y seguro, y clava sus ojos negros en los de ella, penetrándola con la mirada. Charlan durante un rato, se ríen. Ella se fija en sus ojos, con las pupilas dilatadísimas, indicando indudablemente que le agrada lo que ve. Ernesto tiene unos ojos hermosos en una mirada seria; Marisa piensa que hay algo tajante y frío en ellos, y se le antoja que su cita tiene la mirada de un lobo, comparación que, en el contexto en que se encuentran, incrementa aún más sus deseos de caer presa en sus fauces. En un momento se quedan callados, mirándose. Ernesto da el primer paso y la besa, tal vez con una brusquedad mayor de lo que Marisa desearía, pero la atracción es tal que en cuestión de segundos sus cuerpos se han convertido en uno. Él la posee intensamente, y ella se abandona al placer, disfrutando el momento y sintiéndose rematadamente dichosa por ser quién es. Cuando acaban, se visten y, estando plenamente relajados, se disponen a cenar. Cenan en la cocina, una cocina enorme, más grande que todo el apartamento de Marisa, con las neveras más descomunales que ha visto en su vida. Ernesto ha preparado un menú de lujo, elaborado por él mismo, demostrando que la información del anuncio de la app era veraz. Marisa, ante semejante banquete, da rienda suelta a su glotonería -durante tantos años castigada- y disfruta de la cena como si fuese la última: no tiene reparo alguno en comerse la última tostadita de ese fuá espectacular, y se permite repetir segundo plato; su instinto de supervivencia le indica que tal vez nunca más vuelva a probar un bistec tan jugoso y delicioso. El chef la acompaña en la cena y sonríe ante los innumerables cumplidos de su agradecida comensal; no cabe duda, Marisa está extasiada, nunca antes había probado un manjar que se le pareciese. Tras el postre, Marisa pide ir al baño. Él le indica el camino, y ella avanza por el suntuoso pasillo hasta que da con la puerta indicada. Se mira en el espejo y trata de adecentar su cabello -¿en serio se ha permitido cenar de esta guisa?- y elimina totalmente los restos de pintalabios de su boca. Cuando está a punto de salir del baño, observa en el espejo el reflejo de algo que capta su atención: hay algo extraño sobre el grifo de la ducha. Dejándose vencer por la curiosidad, se acerca al objeto y lo manipula para ver lo que es: un camisón lencero, talla XXL, en un elegante color burdeos. Marisa suspira y, como una letanía, se repite aquella vieja certeza: el mundo es cruel. O no. Una cena es una cena, ¿no? Ha estado muy bien: la ha tratado como a una reina, y ella se va a ir a casa más feliz que unas pascuas, se dice a sí misma. Abre la puerta del baño, y cuando se dispone a avanzar de nuevo hacia la cocina, un fuerte dolor en el cuello la deja aturdida y cae al suelo, desplomándose su enorme cuerpo en un golpe sordo contra una exquisita moqueta persa. La oscuridad del pasillo se vuelve completa.

Ernesto trabaja con diligencia y concentración, poniendo toda el alma en los detalles. Goza enormemente en la ejecución de su oficio; vive literalmente por y para ese momento. Encuentra un placer inusitado en el breve y poderoso crujir de los huesos al separar los miembros del cuerpo, y se deleita hasta la emoción al seccionar, separar y envasar las diferentes carnes para su posterior consumo. La voz de Lee, en su hermosísima Bella Notte, acaricia sus oídos: It's a beautiful night, and we call it Bella Notte... Ha sido una noche bella, ciertamente, piensa para sí. Pero no mejor que la siguiente. Gracias a Marisa, su próxima comensal, si cabe, aún disfrutará más que ella misma.

Gamusina

viernes, 23 de abril de 2021

La Sorpresa (2021)

Fa uns dies l'ajuntament de Palau-Solità i Plegamans em va notificar que el meu relat 'La Sorpresa' havia rebut el primer premi del concurs literari de Sant Jordi. Em va fer una il·lusió enorme... Us el comparteixo a continuació. 



LA SORPRESA

Sheila, 14.03h

Surto al balcó i em deixo caure a la cadira. Sospiro i tanco els ulls uns segons. Agafo el telèfon i torno a llegir per centèsima vegada el missatge que em va enviar la Marisa fa un parell de dies. Me'l sé de memòria. Finalment, responc breument i educada que no podrà ser, que no em trobo bé, però que gràcies igualment per haver-me convidat. Enviar. Ja està. Aparto el telèfon. Em sento incòmoda, torbada i avergonyida. Però, sobretot, sento ràbia. Una llàgrima indiscreta lluita per alliberar-se i relliscar sobre el meu rostre. Però no, ara no. El meu home és a casa. Sospiro fondament i entro, tractant d'amagar l'al·luvió d'intenses emocions que sento.

Pere, 15.02h

Surto de l'oficina i em dirigeixo al pàrquing. Entro apressadament al cotxe i deixo el paquet amb el rellotge que m'han regalat els companys al seient del copilot. Engego el cotxe i em disposo a iniciar el trajecte que porto fent dues vegades al dia des dels últims set anys. Els aniversaris, com també em passa amb els caps d'any, m'han sumit sempre en sentides reflexions sobre l'inexorable pas del temps... Avui, al meu cinquanta aniversari, dono les gràcies per tot allò que m'ha donat la vida: salut, una bona feina, estabilitat econòmica, un sostre i una dona excel·lent i dedicada amb qui comparteixo la meva vida des que ens vàrem conèixer a la universitat. Pensar en la Marisa, la meva dona, en la seva paciència infinita i bona voluntat, em fa sentir una fonda tristor. Últimament està abstreta i distant. Ha perdut pes i fuma massa, però qui sóc jo per a jutjar... Ara deu estar ultimant els últims detalls de la sorpresa. Bé... El que ella creu que per a mi serà una sorpresa. La Sheila em va posar en coneixement dels plans de la meva dona fa un parell de dies... La culpabilitat que porto sentint des de llavors és indescriptible. Ho hauria d'haver imaginat... Però en fi. No és moment per a lamentacions o penediments: he de fer el possible per resultar natural... Vaja. Quan em vull adonar, ja sóc a casa. Sospiro i surto del cotxe. Tot en ordre. Dono una ullada ràpida a la casa de la Sheila. Sento una punxada intensa al cor i pico al timbre de casa.

 

Marisa, 15.12h

Tota la família i amics d’en Pere es distribueixen silenciosament i ordenada a la sala d’estar. En Pere deu estar a punt d’arribar. En Marc i en Pau, amics de la infància, s’han assegut al costat i costat del sofà, davant de la televisió. L’Antònia, la meva sogra, ocupa una cadira al costat de la muntanya de saborosos canapès que ella mateixa ha preparat. Aquests canapès, per a sorpresa dels meus convidats, són en realitat l’únic menjar que podran degustar en aquesta tan especial ocasió. Ric amargament per dins, ja que sé que per molt deliciosos que siguin, ningú tindrà ganes de menjar després del què estan a punt de presenciar. No falta ningú, tothom ha pogut venir. Bé, tothom tret de la Sheila. Tanmateix, en realitat, no comptava amb la seva presència de cap de les maneres. M’encenc una altra cigarreta, feia anys que no estava tan nerviosa. Es respira un ambient de molta expectació… M’apropo al DVD que hi ha sota la televisió i connecto el pen-drive que conté l’arxiu en què porto treballant d’amagatotis des de l’últim mes. La dedicació que hi he posat fins i tot m’ha fet perdre pes… Sona el timbre. Tothom es queda glaçat. Susanna, la meva cunyada, obre la porta. Sorpresa! Observo a en Pere fer gala de els seus dots d'actor de Hollywood... La seva sorpresa gairebé sembla real i tot. Entre abraçades, copets a l'esquena, petons i aplaudiments, les mans dels nostres convidats el dirigeixen al sofà i s'asseu entre en Pau i en Marc. La mirada de tothom es dirigeix a la televisió i l’ambient se sumeix en el silenci... Fragments de tota una vida es van succeint un rere l'altre... Fotos d'ell de petit, jugant amb la seva germana al poble. La nostra primera cita, a aquella cafeteria propera a la universitat. Fotos de quan vam entrar a la casa, fa ja trenta anys... Barbacoes, vacances, excursions... Tothom observa esbalaït els moments de la nostra en aparença perfecta i envejable vida... La mirada d'en Pere, entendrida, em busca... I jo, sense deixar de fumar i somrient, la hi torno... Però el que està a punt d'aparèixer en pantalla, encara que ho hagi vist ja més de mil vegades, roba tota la meva atenció. Un vídeo en què apareix el nostre llit, perfectament fet. Tothom, estranyat i expectant, calla. Se sent una porta que s'obre. Unes rialletes nervioses. Dos cossos que avancen, cara a cara, fent-se petons, dirigint-se al llit. Les mans del meu marit descordant apressadament la brusa que amaga uns pits que no són els meus. La pressa amb què es treu la camisa. L'expressió entremaliada i excitada del rostre de la meva veïna en posar-se a quatre potes sobre els meus llençols... Els dos amants, ni en una sola ocasió, reparen en la càmera diminuta que vaig instal·lar discretament a la nostra habitació i que va acabar per confirmar les meves sospites. Llavors, algú apaga la televisió. Sento les mirades de tothom sobre mi, però no veig a ningú. Faig una última calada a la cigarreta i llenço la burilla sobre la catifa. Algú, la Susanna possiblement, obre la porta i surt... I quan em vull adonar, em trobo tota sola. On és en Pere? No ho sé. Ja no importa. M'apropo a la safata de canapès i m'emporto un a la boca i, per uns segons, assaboreixo l'amargura de la realitat mesclant-se amb el gust dolç de la venjança.

 Gamusina

jueves, 14 de noviembre de 2019

El Regalo



El Regalo





La secretaria
He llegado, como ya empieza a ser costumbre, veinte minutos antes. Ordenador encendido. Agenda preparada. Mesa de despacho perfectamente ordenada. Mi aspecto, según puedo observar en mi pequeño espejo de bolsillo, es tan o más impoluto que el de la oficina. Supongo que los efectos de la crema anti-edad que compré hace unas semanas empiezan a ser evidentes. Eso o tal vez es otra cosa… Dicen que el amor embellece a las personas. Oh. Las nueve en punto. Ahí viene. ¿Me hará entrar a su despacho hoy?

Él
Seis y media de la tarde, hora de plegar. Me acerco al coche. Maleta en el maletero. Llave en el contacto. Sin música ni otra compañía más que la de mis propios pensamientos… Anna debe estar ya lista. Hoy es nuestro aniversario. Veintitrés años de casados… Sería maravilloso decir que el tiempo pasa volando, que volvería a escoger igual una y otra vez, que hemos podido hacer frente a todo juntos… Pero eso sería mentir. La conocí en la facultad. Anna era –y sigue siendo- una mujer hermosa, inteligente y tranquila… una persona discreta y seria cara al público, pero cálida y cariñosa en la intimidad. Se mostraba siempre serena, imperturbable… Eso es lo que más me gustaba de ella, esa facilidad para mantener la calma, para jamás perder los papeles o dejarse arrastrar por emoción negativa alguna. Estas cualidades han hecho de Anna una grandísima abogada. Ninguna mala palabra o salida de tono. Pocas han sido las veces que la he visto quejarse… Claro que, debo decir, tampoco le he dado motivos para hacerlo. O tal vez sí… Pero los he sabido esconder. O ella los ha sabido omitir. Jamás lo sabré. Raquel, la nueva secretaria, ha sido mi último error. Llegó al bufete hace apenas un par de meses. Recién divorciada, sin más cargas en su vida que pagar un reducido alquiler ni otra preocupación más que llegar a tiempo al gimnasio o pintarse esas uñas kilométricas con las que azota el teclado. Son mujeres muy distintas, aunque… ¿para qué comparar? El lugar de una jamás podría ocuparlo la otra. Raquel es la materialización física de lo que ya jamás seré, de un horizonte vital por completo inalcanzable: una persona joven –apenas treinta años-, con una vida sencilla y agradable, que aún tiene ganas de salir a bailar los fines de semana, con tiempo para hacer, deshacer y equivocarse. Raquel es… la sonrisa que me genera el verla cada mañana con alguno de sus ridículos modelitos, el fuego que siento cuando masca chicle mientras se agacha para cargar la fotocopiadora o la falsa pero correctísima amabilidad con la que recibe, sonríe y despide a los clientes que pasan por el bufete. Raquel es cerrar la puerta de la oficina con pestillo, correr las cortinas y dejar por un momento de pensar en nada más que en sus piernas y la inmensidad que se esconde entre ellas. Follármela fuerte sobre la mesa tapando su boca para que nadie más que yo la escuche. Ver como se vuelve a colocar la falda en su sitio. Como disimula volviendo a su escritorio. Como sonríe mientras saca el móvil para comentárselo a alguna amiga cotilla que desearía verla casada con su rico e importante jefe. El desdén con el que habla sin mirar siquiera a Sergio, el otro secretario, el tartamudo, siempre con esa cutrísima corbata de topos verdes por planchar. El descaro salvaje que muestra en las fotos que me envía. Todo eso es Raquel. Y Anna… Anna es mi esposa y la madre de mis dos hijas. La persona que estuvo a mi lado cuando mi padre falleció, quién me besó antes de entrar al quirófano para que me extirpasen aquel quiste... Sábanas de franela en invierno. Café con tostadas por las mañanas. Cariño infinito en un abrazo. La joven preciosa que un día fue… La mujer excelente que hoy es. Sus ganas inagotables de aprender... ¿Quién empieza a hacer Pilates a los cincuenta? Ella. Los libros que lee. Los libros que quisiera leer. La fuerza de voluntad con la que dejó de fumar. La humildad y comprensión que mostró cuando yo fui incapaz de dejarlo. Sus detalles en navidad, cumpleaños, aniversarios... Las vacaciones en Asia y el Caribe. Las comidas y cenas en restaurantes caros. Como el de hoy. Supongo que, a pesar de todo, después de veintitrés años, aunque el tiempo no siempre pase volando y no haya sabido estar a la altura… volvería, en esta y cien vidas más, a escoger igual.

Ella
Llegamos al restaurante a las ocho en punto. Se supone que es, según lo ha llamado Jorge, un sitio especial. Especial en su terminología equivale a lo siguiente: restaurante con estrella Michelin, menú degustación con maridaje de vinos, cubertería interminable y reluciente, camareros que me llaman Madame y una cuenta que se cierra con un número de tres cifras. Vamos, que el sitio especial resulta ser lo de siempre. Cenar algo rápido en casa o pedir unas pizzas y hacer el amor después hubiese resultado mucho más extraordinario. Pero supongo que la opción que él ha escogido es más sencilla… Pero hoy en realidad el sitio es lo de menos. Todo esto ya no importa. O sí. Lo que está claro es que hace unas semanas, cuando todo era confuso e incomprensible, importaba más. ¿Por qué llegaba una hora y media más tarde de  lo habitual? ¿Y esa reciente obsesión por el móvil? Desde jóvenes decidimos que no dejaríamos que la faena penetrase los límites de nuestra vida privada. ¿Por qué tanto móvil? ¿Y el sexo? Hacía más de un mes que no me tocaba. ¿Estará cansado? ¿Estresado? ¿La crisis de los cincuenta? ¿Tan vieja estoy? He cogido algo de peso, tal vez debería cuidarme más... No podía comprender y evidentemente sospeché. Y cuando quise darme cuenta, yo que siempre critiqué el modelo de mujer desconfiada y paranoica, me encontré oliendo el cuello de sus camisas, rebuscando en el interior de los bolsillos de su americana, buscando algún indicio que confirmase mis sospechas, algo que evidenciase que no estaba transformándome en la mujer que siempre odié. Dicen que quien busca encuentra, que la curiosidad mató al gato… Y yo no fui diferente. Pero la realidad es que, ante la insultante ausencia de indicios, dejé de buscar… y fue en ese momento, cuando había decidido que tal vez podía hacer algo por mejorar la situación, que la verdad llegó a mí. Con la intención de reanimar la llama y salvar mi matrimonio me apunté al gimnasio. Clases de Pilates. Me iría bien para desconectar, pensé… La verdad vino de la mano, o mejor dicho, de la boca de un compañero de Pilates. Él mismo se presentó, con notables problemas para la dicción, el primer día de clase. Sergio se llama. Me dijo que trabajaba en el bufete de mi marido. Até cabos: ¡él era el famoso tartamudo del que tanto se reía Jorge en casa! Pude ver, entre la toalla y sus enseres de ducha, la famosa corbata a topos verdes. Yo, prudente, mentí y omití por completo mi identidad. Me mostré amable con él, y él, me explicaba cosas… Y en la cuarta o quinta clase ya habíamos cogido la suficiente confianza como para que compartiese conmigo los detalles más escabrosos de su día en la oficina. Me explicó sobre una tal Raquel, la nueva secretaria. Más joven que yo. Me explicó sobre sus frecuentes entradas al despacho de Jorge. Sobre el color que tomaban sus mejillas al abandonarla. Escucharlo fue duro y tuve que sacrificar mi máscara. Compensé la confianza y amistad de Sergio con mi completa sinceridad. Con mis lágrimas. Y con una oferta de trabajo como secretario personal con un sueldo mucho más competitivo en mi propio bufete. ¿Qué le pedí a cambio? Solo su corbata. La misma que ahora mismo reposa, perfectamente doblada, dentro de una caja de piel, que está a su vez envuelta en un vistoso papel de regalo. Un regalo digno de un aniversario. Me muero de ganas de ver la cara de mi futuro exmarido al desenvolver el paquete y todo lo que ello conlleva.

Gamusina



martes, 16 de julio de 2019

De les metzines de l'amor (2010)



Esto lo escribí con 16 años. Sentía y creía que una podría morirse de amor. Si bien es cierto que ahora entiendo el amor -y la vida en general- desde un punto de vista menos dramático, creo que merece la pena compartirlo y releerlo desde la ternura y la experiencia que dan los años. 








De les metzines de l’amor 


Benaventurat el que no tasta,
les metzinoses mels de l’amor;
és un delitós beuratge que amaga,
un bon glop de tristesa a l’interior.

Al darrere la dolça llepolia,
s’oculta una amarga realitat;
com una delicada melodia,
que mor amb un gemec desconsolat.

Com un ferro roent a la pell nua,
l’estigma de l’amor queda timbrat;
en forma de reminiscència crua,
que infinitament és recordat.

Oceans de llàgrimes per vessar;
quan el cor plora res el fa callar.




Gamusina







domingo, 14 de julio de 2019

Cita en la cervecería (relato)


El presente relato tuvo la suerte de ser premiado hace un par de meses en el concurso que celebró el ayuntamiento de Palau-Solità i Plegamans con motivo de la Diada de Sant Jordi. Hoy lo comparto con la misma ilusión con la que lo escribí. Es de lectura fresquita y veraniega. 




Cita en la cervecería



Clara, 20.48h
Abro el armario y rebusco hasta que encuentro el vestido de lino blanco que compré en las rebajas de hace un par de años. Con una chaquetilla fina de punto no pasaré frío, ya estamos en junio y empieza a hacer calor. He quedado con un tal Max a las nueve en una cervecería cercana a Plaza Cataluña. Veremos qué sale de esto. Me dirijo al metro. Aún no he llegado y ya me estoy arrepintiendo. Por qué le haría caso a Laura? Las apps para ligar no son lo mío… Bueno, ligar, directamente, no es lo mío. Por otro lado, ya hace casi un año de lo de Pau. Tengo ganas de conocer a alguien. Será hoy la noche? Lo dudo, pero no pierdo nada. Ya estoy en el metro. Vuelvo a mirar su perfil: Max, 26 años, enamorado del deporte y de la vida. Mens sana in corpore sano. Lo más sorprendente de todo es que hayamos quedado: la última vez que hice deporte fue durante una clase de educación física, fumo mucho más de lo que debería y los noodles del Wok to Work que hay en la esquina de mi bloque son la base de mi dieta. En fin. Al menos, si el tal Max resulta ser tan atractivo como en su foto de perfil y nos gustamos, tal vez encuentro la motivación suficiente como para cambiar de vida.
  

Max, 21.10h
La chica de la app llega tarde. Mala señal. Bueno, intentaré ser paciente. Son y 10. Parece que es ella… Sí, debe ser ella. Sonrío. Sonríe. Nos saludamos con un discreto beso en la mejilla. Entramos a la cervecería. Lleva puesto un vestido blanco algo raído y un bolso de piel estilo boho, de esos que desprenden, imperecederamente, un incómodo olor a piel de camello. Entramos en el bar, ella va un par de pasos delante de mí y reparo en el tatuaje en forma de luna que adorna uno de sus hombros. Está algo agitada y nerviosa. Parece nueva en este mundo. Nos sentamos en la mesa que escojo siempre y empiezo a romper el hielo con las preguntas de siempre: que si te gusta esta mesa o quieres otra, que si has venido antes aquí, que si realmente sólo quieres una copa como indicaste en tu perfil o estás abierta a algo más, etc. Se acerca Jordi, nos dedica una resplandeciente y ensayada sonrisa y nos toma el pedido. Clara, a pesar de los nervios, parece que viene con hambre: una hamburguesa completa con cebolla caramelizada y bacon. No me parece una buena elección, aunque explica perfectamente que le sobren unos 5 o 6 kilos. Le explico que trabajo como vendedor de bicicletas en el negocio familiar. Asiente y sonríe. A penas habla. Está algo incómoda. Dice que va al baño. Claro, por supuesto, aquí te espero! Me fijo en Jordi, que está secando con ahínco el interior de unas jarras de cerveza. Las mangas del polo que viste cada noche para trabajar se ajustan cómodamente sobre los músculos de sus fuertes brazos. Si me fijo, puedo ver como asoma una parte de un tatuaje en la parte interna del brazo derecho. Su mirada y la mía se cruzan, así que aparto mis ojos del azul intenso de los suyos con el tiempo suficiente para fijarme de nuevo en Clara, que vuelve del baño. El resto de la velada transcurre con tranquilidad. Realmente no tenemos nada que ver el uno con el otro, pero debo reconocer que, una vez relajada, se ha mostrado amable y divertida. Es escritora. En algún momento de la noche me explica algo sobre lo que está escribiendo, pero mi mente no logra sacar a Jordi de mis pensamientos y a duras penas puedo fingir que le presto atención. Pedimos la cuenta. Jordi nos la trae. Pagamos a medias, salimos, nos despedimos, prometemos volver a vernos y nos separamos, sabiendo que no volveremos a quedar jamás.

El camarero, 00.45h
Al fin llega la hora de cerrar. Ha sido una jornada relativamente tranquila –entre semana vamos mucho más desahogados que en el fin de semana-, pero salgo del local algo inquieto y expectante. Me enciendo un cigarro y camino tranquilamente por las calles casi desiertas, agradeciendo el frescor y la humedad de la noche de Barcelona. Nuestro Don Juan ha venido esta noche de nuevo. No falla. Noche tras noche, desde hace por lo menos tres meses, entra, se sienta en la mesa del fondo y empieza su teatro. La damisela a la que ha hecho perder el tiempo hoy no debería tener más de 27 años… y llevaba puesto un vestido blanco que le sentaba de miedo. Sonrío al recordar el cabello castaño recogido en un moño desenfadado… Juraría que iba sin pintar siquiera. Tenía un aire hippie y despreocupado que me encanta. Al tomarles nota, me he asegurado de que el cocinero le pusiera extra de bacon… Sin duda ha sido lo mejor que se ha llevado de esta noche. En un momento dado he pillado al molesto Don Juan mirándome y acto seguido, un tanto azorado, ha apartado la mirada. Su teatro debía continuar. Entre mis idas y venidas a la barra a por copas y nachos y pintas intentaba pescar algo de la conversación que estaban teniendo aquellos dos. Puedo deducir que a la chica le gustaba escribir, o leer, ya que le estaba explicando, muy ilusionada, algo sobre una colección de relatos o algo por el estilo. En uno de mis incesantes viajes me pareció escuchar que ha estudiado filosofía... Unos minutos después, el Don Juan garabateó una nota en el aire. Querían la cuenta. Se iban a ir. Me quedé con las ganas de conocerla más. Y entonces, no lo dudé. Cogí una tarjetita publicitaria del bar y garabateé mi número de teléfono. Les acerqué la cuenta y la tarjeta –con el número escondido en la parte inferior-, rezando porque la chica se la llevase. Se levantaron, se acercaron a la puerta y se fueron. Con ansiedad y arrebato me acerqué a la mesa a recoger el dinero y tuve que contener mi euforia al comprobar que la tarjeta… Mi móvil acaba de vibrar. Un mensaje al Whatsapp. Un número desconocido. Alguien con un tatuaje en forma de luna como foto de perfil acaba de saludarme.

Gamusina



martes, 2 de abril de 2019

Encina indómita (2016)


Orgullosa se yergue la encina sobre el rico y húmedo terreno. Alta y frondosa, busca con su verdeada mirada los rayos del sol.

En su corteza endurecida ya han desaparecido las marcas de la triste y espinosa enredadera que osó, hace un tiempo, robarle la luz: la bella encina, embelesada por el intenso fulgor de una rosa, desvió su mirada del sol y se posó sobre los suaves pétalos que le ofrecía la punzante compañera. Sigilosa y decidida, se retorcía y enredaba sobre su tronco, mientras ésta, cabizbaja su verde cabeza, se distraía con la rosa. La dulce fantasía de la encina quedó interrumpida: el afilado abrazo de la enredadera se clavaba firmemente sobre su tronco, amenazando con llegar a la lozana cabeza de rígidas ramas.

Estaba en su indómita naturaleza amar la luz. Fue así como, olvidando el encarnado brillo de la tramposa rosa, fijó de nuevo la cetrina mirada sobre el sol. Imponente y hermosa luce hoy su robusta figura, bañada imperecederamente por la luz. 



Gamusina

 Dones veu a les dones? (2016)




Empezar (2018)








Ver caer el primer mechón le hizo pensar en aquel tiempo en que su madre, aún joven, le recogía el pelo en una prieta y graciosa trenza. El segundo mechón la transportó a aquella cita en la que él le apartó el pelo de la cara. El tercero trajo a su memoria aquel día en el que le pidió que jamás cortase su larga cabellera. El cuarto le hizo recordar que la falda, al igual que el pelo, también quería que la llevase larga. Estaba a punto de cortar el quinto mechón cuando volvió a sentir en el cuero cabelludo la tensión de aquel tirón cruel que él… y decidió parar. Movida por la fuerza del recuerdo cambió la tijera por la maquinilla. Ésta se abrió paso, implacable, a través de su pelo. Cientos de recuerdos quedaron enredados entre los miles de cabellos que cayeron al suelo, dejando su cabeza aparentemente desnuda y desprotegida. Podía notar la aspereza que prometía un cabello sano y fuerte si pasaba las manos sobre su cabeza. Se había rapado al cero. Justo desde dónde iba a empezar. 

Gamusina


Dones veu a les dones? (2018)




miércoles, 7 de marzo de 2018

Martes





Martes

Adela llegó a casa cansada después de una larga jornada de trabajo limpiando aquellas interminables oficinas. Abrió la puerta y contempló con los ojos como platos la escena que se descubrió ante ella: ni rastro de los platos dónde habían comido los niños ni de la ropa sucia que había dejado preparada para lavar. Extrañada, entró al comedor. Los juguetes, normalmente desparramados sobre el suelo, la miraban apilados desde un rincón de la sala, esperando la llegada de los pequeños. El polvo limpio. Su pijama, aunque algo desgastado, parecía nuevo: lo encontró cuidadosamente doblado bajo la almohada, que reposaba sobre una cama cubierta por inmaculadas sábanas recién puestas. ¡Qué detalle!, pensó Adela, emocionada y con súbitas ganas de que llegase Julio. Dado que estaba sola y los niños estaban en el futbol buscó aquel camisón que encontró al 50% y se lo puso ante el espejo, ensayando miraditas sexys con las que recibir a su marido. Aprovechó y pintó sus labios de rojo, sabía que a él le encantaba. Sonó el timbre. ¡Aquí está!, pensó emocionada. Abrió la puerta. ¡Adela, hija mía! Había ido a por huevos, que he visto que se os habían acabado. He dejado la lavadora puesta, ¿te has dado cuenta? ¿Pero qué haces así vestida? Estamos en enero, ¡te vas a resfriar! Anda, voy a entrar y nos tomamos un chocolate calentito, que también he comprado… Adela, entonces, comprendió. Aún con el camisón, abrazó cariñosamente a su madre. Era Martes, el día en que mamá se ofreció para ayudarles. Lo había olvidado.

Gamusina




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martes, 27 de junio de 2017

Saber ser la reina de un palacio de invierno


En el primer año de carrera, hace ya 5 años, tuve un profesor de lingüística un tanto excéntrico -o así me lo pareció entonces-. Movida por la -a veces- peligrosa mezcla de curiosidad y aburrimiento, busqué su nombre en la red, y dí con su perfil de Facebook. Aunque lo que encontré ahí no llamó demasiado mi atención, no pude evitar fijarme en unos versos que aparecían en algún lugar de la página, eran los siguientes: Cuidar lo que no importa. Y si todo va mal, si al final todo es duro, como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno. Aunque la poesía formase entonces parte de mis intereses principales, aquellas palabras me hicieron recordar una verdad ya conocida -y tal vez enese tiempo, por desgracia, olvidada-. Indagando un poco descubrí que los versos pertenecen a un poema titulado Un Arte de Vida. Años más tarde, y de manera totalmente fortuita, di con un volumen de poemas del autor, entre los cuales se encontraba el misterioso poema... y tomé una foto. 

Hoy, recién acabada la carrera, he recordado de nuevo esos versos epifánicos de Luis Antonio de Villena y he decidido compartirlos en la que va a ser la primera entrada de mi blog, con la intención de recordar que si todo va mal, si al final todo es duro, como Verlaine, es necesario saber ser el rey -o la reina- de un palacio de invierno. 

Gamusina