Mi texto 'Delicatessen' ha sido seleccionado ganador
del concurso mensual de relato breve que organiza el Projecte LOC/Ajuntament
de Cornellà de Llobregat. El relato formará parte de la antología y participará como finalista en el concurso anual. Qué ilusión! 💛
Delicatessen
Marisa observa la costura de las medias comprimiendo
la carne de sus enormes muslos y, por primera vez en la vida, su propia imagen
no le resulta grotesca: se siente tremendamente sexy, y está cada vez más
convencida de que la cita con ese desconocido va a ser todo un éxito. La
aterciopelada voz de Peggy Lee llega a sus oídos desde las entrañas de los
altavoces de su equipo de música, y advierte en ella una confirmación de su
favorable augurio: Oh, this is the
night... It's a beautiful night, and
we call it bella notte... Tarareando y
dando a luz a una nueva versión del clásico, Marisa completa su vestuario con
un vaporoso vestido rojo que resalta sobre su piel blanca, desde hace largos
años protegida de las inclemencias del sol. Y es que Marisa, aunque de pequeña
disfrutaba nadando en el mar y haciendo castillos de arena bajo el sol, cuenta
muchos años desde la última vez que puso un pie en la playa; encontrar un
bikini de su talla no es tarea fácil... Y, cuando al fin lo consigue, luego no
se atreve a mostrarse públicamente en él; nuestro mundo es un mundo cruel. Sí,
Marisa bien lo sabe: durante toda su vida y hasta hace muy poco, esta realidad
la había golpeado con una fiereza supina, abriendo heridas invisibles de las
que aún supuran la pena y la rabia. Pero esta vez, -se dice a sí misma-, será
diferente. Sí, con Ernesto será forzosamente diferente; Marisa, para su goce y
alegría, parece cumplir a la perfección con el prototipo de chica que él busca.
Y no, no se trata de uno de esos hipócritas que dicen fijarse solo en el
interior de las personas, como si el tener sobrepeso ya le eximiese a uno de
ser atractivo y lo obligase, para compensar, a ser buena persona. No, Ernesto
no es así; a Ernesto le gustan las mujeres plus
size, y así lo indicó en el perfil de la app que los puso en contacto:
"Varón, 34 años. Asesor gastronómico. Busco mujer plus size para una cena delicatessen
y lo que surja". Marisa repasa su pintalabios y observa las redondeces de
su rostro, que hoy, al sonreír, le parece mucho más hermoso. Finalmente Marisa
se perfuma y sale de su apartamento, sintiendo como las hebillas de los
atrevidos zapatos de tacón se le clavan en la piel de unos pies que, para su
sorpresa, avanzan por la calle pisando más fuerte y seguros que nunca. Sí, a
Marisa la suelen mirar por la calle, pero hoy siente que los ojos que se clavan
en su espalda ven a una persona diferente, alguien que se ha permitido ser
quien es en absoluta plenitud. El paseo hasta la dirección que le ha facilitado
Ernesto se le hace corto, y en menos de un santiamén se planta en la puerta de
su lujoso domicilio. Está tan nerviosa y emocionada que ni siquiera siente la
fina capa de sudor que empapa casi por completo el trozo de tela del vestido
que cubre su espalda. Ernesto abre la puerta. Se saludan cordialmente y entran
al interior de la casa, cuya lujosa y pulcra decoración hace las delicias de su
invitada. Marisa acepta sonrojada los cumplidos que él le dedica, y después de
intercambiar unas palabras torpes y tímidas, él le sirve una generosa copa de
vino. Marisa se fija en cómo se tensa su cuerpo trabajado bajo la ajustada
camisa al descorchar la botella y se siente arder en un deseo urgente de
liberarle cuanto antes de la misma. Él se sienta a su lado, con un posado
elegante y seguro, y clava sus ojos negros en los de ella, penetrándola con la
mirada. Charlan durante un rato, se ríen. Ella se fija en sus ojos, con las
pupilas dilatadísimas, indicando indudablemente que le agrada lo que ve.
Ernesto tiene unos ojos hermosos en una mirada seria; Marisa piensa que hay
algo tajante y frío en ellos, y se le antoja que su cita tiene la mirada de un
lobo, comparación que, en el contexto en que se encuentran, incrementa aún más
sus deseos de caer presa en sus fauces. En un momento se quedan callados, mirándose.
Ernesto da el primer paso y la besa, tal vez con una brusquedad mayor de lo que
Marisa desearía, pero la atracción es tal que en cuestión de segundos sus
cuerpos se han convertido en uno. Él la posee intensamente, y ella se abandona
al placer, disfrutando el momento y sintiéndose rematadamente dichosa por ser
quién es. Cuando acaban, se visten y, estando plenamente relajados, se disponen
a cenar. Cenan en la cocina, una cocina enorme, más grande que todo el
apartamento de Marisa, con las neveras más descomunales que ha visto en su
vida. Ernesto ha preparado un menú de lujo, elaborado por él mismo, demostrando
que la información del anuncio de la app era veraz. Marisa, ante semejante
banquete, da rienda suelta a su glotonería -durante tantos años castigada- y
disfruta de la cena como si fuese la última: no tiene reparo alguno en comerse
la última tostadita de ese fuá espectacular, y se permite repetir segundo
plato; su instinto de supervivencia le indica que tal vez nunca más vuelva a
probar un bistec tan jugoso y delicioso. El chef la acompaña en la cena y
sonríe ante los innumerables cumplidos de su agradecida comensal; no cabe duda,
Marisa está extasiada, nunca antes había probado un manjar que se le pareciese.
Tras el postre, Marisa pide ir al baño. Él le indica el camino, y ella avanza
por el suntuoso pasillo hasta que da con la puerta indicada. Se mira en el
espejo y trata de adecentar su cabello -¿en serio se ha permitido cenar de esta
guisa?- y elimina totalmente los restos de pintalabios de su boca. Cuando está
a punto de salir del baño, observa en el espejo el reflejo de algo que capta su
atención: hay algo extraño sobre el grifo de la ducha. Dejándose vencer por la
curiosidad, se acerca al objeto y lo manipula para ver lo que es: un camisón
lencero, talla XXL, en un elegante color burdeos. Marisa suspira y, como una
letanía, se repite aquella vieja certeza: el mundo es cruel. O no. Una cena es
una cena, ¿no? Ha estado muy bien: la ha tratado como a una reina, y ella se va
a ir a casa más feliz que unas pascuas, se dice a sí misma. Abre la puerta del
baño, y cuando se dispone a avanzar de nuevo hacia la cocina, un fuerte dolor
en el cuello la deja aturdida y cae al suelo, desplomándose su enorme cuerpo en
un golpe sordo contra una exquisita moqueta persa. La oscuridad del pasillo se
vuelve completa.
Ernesto trabaja con diligencia y concentración,
poniendo toda el alma en los detalles. Goza enormemente en la ejecución de su
oficio; vive literalmente por y para ese momento. Encuentra un placer inusitado
en el breve y poderoso crujir de los huesos al separar los miembros del cuerpo,
y se deleita hasta la emoción al seccionar, separar y envasar las diferentes
carnes para su posterior consumo. La voz de Lee, en su hermosísima Bella Notte, acaricia sus oídos: It's a beautiful night, and we call it Bella
Notte... Ha sido una noche bella, ciertamente, piensa para sí. Pero no
mejor que la siguiente. Gracias a Marisa, su próxima comensal, si cabe, aún
disfrutará más que ella misma.
Gamusina
No hay comentarios:
Publicar un comentario