lunes, 13 de junio de 2022

Las feligresas (2022)

Este relato, titulado 'Las feligresas', ha sido seleccionado ganador del mes de mayo en el concurso literario mensual que organiza el Projecte LOC. He recibido la noticia bien temprano en la mañana, por correo electrónico, mientras me tomaba el primer café del día. ¡Buena manera de empezar la semana! 



Las feligresas

Las antiguas puertas de Modas Mercedes se cierran tras las espaldas de la señora Emilia. Sobre su brazo izquierdo cuelga una bolsa de tela de rejilla cargada de naranjas, las asas clavándose implacablemente sobre su piel. Cargada como se encuentra, uno esperaría que su figura, arrastrada por el peso de las naranjas, tendiera hacia el lado izquierdo, pero sucede precisamente lo contrario: esforzándose por mantener el equilibrio, su cuerpo se inclina hacia el lado derecho, tratando de cubrir con su sudorosa mano una enorme rasgadura que se ha abierto a lo largo de la falda y que amenaza descubrir la piel de sus piernas varicosas. Sofocada por el calor, y apurada por su desventura, se toma unos segundos para respirar. Al cabo de unos instantes, comprueba aliviada que, además de ella misma, solo hay una clienta en la tienda que está apoyada, dándole la espalda, sobre el envejecido y gastado mostrador. Al otro lado, ajena por completo a la presencia de la señora Emilia y enfrascada en lo que parece ser una apasionante conversación, se encuentra Mercedes, dueña del establecimiento. Emilia, posando su mirada en las innumerables cajas de medias, calcetines varios y coloridas bobinas de tela que reposan sobre las vetustas estanterías, comprueba que la pequeña mercería parece estar congelada en el tiempo: apostaría a que nada ha cambiado desde la última vez que estuvo allí –y de eso hace ya más de diez años-, cuando se casó Manuela, la menor de sus tres hijas, para comprar una bobina de hilo blanco que uso para resarcir un pequeño enganchón en el inmaculado vestido de su hija. Mercedes, que supo leer la urgencia en los ojos de Emilia, no dudó en triplicar el precio de la bobina de hilo; si algo le había enseñado la experiencia, era a reconocer el nerviosismo en la mirada de las madres de las mujeres casaderas. Emilia, disgustada por el oportunismo de Mercedes, se prometió a sí misma que no volvería a poner un pie en esa tienda, y, de hecho, si su falda no se hubiera malogrado en medio de la calle y a escasos metros de la dichosa mercería, así hubiera sido. Encontrándose más desahogada, se acerca al único maniquí de la tienda, ataviado con un vestido azul oscuro con diminutos topos blancos. Emilia, mientras examina la tela del vestido, que no parece de muy buena calidad, alcanza a escuchar parte de la conversación que mantiene a Mercedes y a la convecina por completo absortas: … y cuando lee los salmos… ¡qué delicia!, dice Mercedes, con incontenible emoción. Ni en la catequesis escuché las palabras de un cura con tanta atención… ¿No te pasa? Este Padre Lucio… Tan joven… ¿Qué edad debe tener? Apuesto a que no más de cuarenta… Ay, quién los pillara, suspira Mercedes, sintiendo el peso de sus sesenta años aplastándola como una losa. Emilia, sorprendida por el contenido de la conversación, falla en contener un pequeño respingo, que provoca la caída de una de las naranjas sobre el suelo ennegrecido. El pequeño estrépito que genera la pieza de fruta al rebotar contra la madera del suelo saca a Mercedes y a Paca, la clienta, de la ensoñación. Con notable incomodidad, Mercedes clava su mirada sobre el rostro sorprendido de Emilia, que trata de recoger la naranja del suelo sin que la integridad de su falda quede por completo perjudicada. ¿Puedo ayudarle en algo?, pregunta Mercedes, adoptando de repente un exagerado posado de profesionalidad. Emilia, sintiéndose de nuevo azorada, responde con una pregunta, interesándose por el precio del vestido azul. Los ojos de Mercedes, examinando con interés el pésimo estado de la falda de Emilia, parecen sonreír. Pues está de oferta, 49.95…, contesta Mercedes, improvisando una cifra. Y es monísimo, muy a la moda, dice, con afectado entusiasmo. Talla única, estira bastante, añade, mirando las redondeces de la accidentada clienta. Emilia, movida por la urgencia, la incomodidad y el deseo de abandonar ese lugar cuanto antes, acepta. Después de ponerse el vestido en el interior de un diminuto probador con olor a madera enmohecida, saca el billete con el que había de hacer la compra de la semana y paga el vestido. Mercedes y su atenta interlocutora vuelven a la conversación tan rápido como Emilia y sus naranjas abandonan la mercería.

            Domingo. Emilia entra en la pequeña iglesia y toma asiento, como de costumbre, en uno de los bancos más alejados del altar. Mientras los últimos feligreses van llegando, Emilia se abanica enérgicamente, rebotando los ribetes de su abanico azul –a juego con su vestido nuevo- sobre su acalorado pecho. Al rítmico rebotar de los abanicos de Emilia y el resto de mujeres que esperan el inicio del oficio, se le añade un nuevo sonido que proviene de la puerta del templo cristiano, y que corresponde, como pueden comprobar al girarse para identificar su origen, al vanidoso taconear de la señora Mercedes. La dueña de la mercería avanza impúdicamente por el pasillo que se abre a lado y lado de los bancos de madera de la iglesia, incurriendo en soberbia a cada uno de sus pasos. Emilia observa como su convecina, más emperifollada que nunca, se dirige con ademán altivo al banco de la primera fila, el que desde hace semanas viene siendo su asiento habitual. Emilia, boquiabierta, no puede despegar sus ojos de las alegres galas con las que se ha presentado Mercedes a la casa del Señor: un ajustado vestido rojo vino, sobre la rodilla que, de no haber sido un par de tallas más pequeño de lo que la corpulencia y la edad de Mercedes requerirían, tal vez hubiera resultado una buena elección para una noche de verbena. Emilia y el resto de congregantes, incluso unos minutos después del inicio de la misa, no logran desviar la mirada del extravagante aspecto de Mercedes, que, a su vez, solo tiene ojos para el Padre Lucio. Mercedes, adoptando su versión más devota, asiente efusivamente, en un intento de remarcar cada una de las palabras que se escapan de la boca del cura. Emilia, encontrando un mayor interés en el impostado gesticular de Mercedes que en el rezo de la oración que abre la liturgia eucarística, es capaz de percibir el irreprimible deseo de Mercedes al escuchar las palabras comer su carne, beber su sangre..., derramándose de la boca del cura. El Padre Lucio, finalizada la plegaria eucarística, y en habiendo invocado a la Virgen, al obispo del lugar, al Papa y a santos varios, se dispone a repartir el cuerpo de Cristo, fraccionado en diminutos pedazos de pan, entre los feligreses. Emilia logra contener la risa cuando el cura, con toda la dignidad que su posición le confiere, se alza frente a Mercedes, que espera fervorosa recibir su trozo de pan, y ella abre su boca, derribando en un solo gesto la piadosa impostura construida durante toda la misa. Mercedes cierra los ojos sensualmente, saboreando su momento favorito de la semana, y cayendo nuevamente –piensa Emilia- en el pecado. Cuando la hostia sagrada se ha deshecho plenamente en su boca, Emilia alcanza a ver como su vecina, sonriente y satisfecha, desentierra un billete de cincuenta euros de su perfumado y generoso escote y lo deja sobre el cepillo, que se irá moviendo, mano a mano, hasta los últimos bancos de la iglesia. Emilia, estupefacta, no logra retirar los ojos de su desvergonzada vecina hasta que el cepillo llega a sus manos. La generosa ofrenda de Mercedes reposa sobre un mar de monedas, provenientes de los bolsillos de sus no tan espléndidos vecinos. La idea cruza su mente rápida, como un rayo. Mira su vestido azul a topos, primero, y luego el billete… Por último, con discreción, mira a su alrededor. Solo Dios sabe cómo esos cincuenta euros desaparecieron del cepillo y acabaron, bien escondidos, en el monedero de la señora Emilia, de donde –o así lo sintió ella- habían salido hacía un par de días.

Gamusina

Fuente de la imagen: https://forosdelavirgen.org/poder-sanador-hostia-consagrada/ 

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