domingo, 22 de diciembre de 2024

Noche de Paz (2024)

 Noche de Paz

Noche de paz, noche de amor,

todo duerme en derredor,

entre los astros que esparcen su luz,

bella anunciando al niñito Jesús,

brilla la estrella de paz.

 

    Una risotada desconocida, como si de un jarro de agua fría se tratase, lo saca de su sueño pesado y febril. No sin un gran esfuerzo, entreabre levemente sus ojos, descubriendo ante sí el ya conocido pedazo de avenida; lleva varios días aquí. Las centelleantes luces de Navidad alumbran la oscuridad en la que se despliega la noche invernal, que recubre la ciudad, llena de vida y movimiento. Los sonidos de la calle, así como el incesante devenir que se desenvuelve ante lo que de él queda, se presentan hoy de manera borrosa, lenta y distorsionada. Sin incorporarse siquiera, e ignorando la dureza del asfalto clavándose en sus marcadas costillas, repara brevemente en los cuerpos y caras desconocidas que deambulan ante él, entrando y saliendo de las dos enormes tiendas de ropa que tiene a lado y lado. El frenesí es incesante: gente diferente, de todas las edades y nacionalidades, cargando con bolsas y más bolsas. Coches, motos y cláxones. Conversaciones en todos los idiomas. Risotadas. Gente joven, tomándose selfies. Las canciones de las tiendas, sin letra, marcando el ritmo frenético e inhumano del centro de la ciudad. Alguna vez su aletargado olfato ha logrado percibir el perfume característico que se escapa de entre las puertas correderas de una de las tiendas que tiene al lado, cuyo constante abrir y cerrar libera y engulle a la masa de personas que se mueven a su alrededor, ajenas a su persona, pero percibiendo su presencia, como si la de una papelera o un árbol con el que no desean tropezar se tratase. Hoy no logra distinguir ese perfume, aunque tampoco lo busca, ni tiene siquiera consciencia de haberlo percibido alguna vez. Tampoco logra percibir el hedor que despide su cuerpo, empapado en sudor frío, mezclándose con los restos de orina que no logró retener hace un rato. Olores, sonidos e imágenes parecen estar disolviéndose y apagándose a su alrededor. El ritmo de las canciones, los coches, el rumor de la gente... Todo resulta difuso, ajeno y cada vez más lejano.

    Buscando el refugio que los degastastados y húmedos cartones puedan ofrecerle para esconder su maltrecho y delgado cuerpo, usa las fuerzas que le quedan para tratar de esconder su mirada del público, que parece verlo, aunque –de eso no le cabe la menor duda- nadie desea mirarlo. Cuando accidentalmente, alguna mirada distraída coincide con la suya, tarda poco en descubrir la incomodidad en el rostro del otro. Algunas pocas veces, movidos tal vez por la pena o por la sensación de no poder escapar, alguien se ha acercado y le ha dejado alguna moneda, o incluso algo de comida, manteniendo siempre una infranqueable distancia prudencial. Pero hoy no sucederá; ya da igual. La debilidad de su cuerpo es tal que incluso su consciencia parece estar abandonándolo. No siente hambre, el frío hace mucho que dejó de importar. Reuniendo sus últimas fuerzas, busca la agotada mirada del Cristo que lo observa, eternamente clavado en la cruz, representado en la pared de la modesta capilla que hace esquina, al otro lado de la carretera. Repasa sus pies, sobrepuestos el uno sobre el otro, los clavos. Las costillas expuestas, prominentes. La piel amarillenta, deslucida y cuarteada por el tiempo. La expresión derrotada del rostro de Cristo, su boca entreabierta, la mirada perdida, dirigiéndose al cielo, capturando eternamente el instante en que su espíritu abandona su cuerpo; eso es lo único y lo último que ve.

    Progresivamente, todo se vuelve blanco y lejano, sumergiéndolo en una antesala a una queda oscuridad. A lo lejos, en un último coletazo de consciencia, percibe la melodía de un antiguo villancico, cuya letra ya no logra identificar: Noche de Paz. Hoy es Nochebuena.

Y, para el resto del mundo, mañana será Navidad.

Andrea C.

The Sad Christmas Series I





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