Año Nuevo
La voz de la joven y deslumbrante presentadora
anuncia que las campanadas que marcarán el inicio del Año Nuevo están a punto
de empezar. A pesar de que el frío de la calle ha logrado traspasar las paredes
del diminuto y viejo inmueble, María está muy acalorada. Sin poder evitarlo, y
presa de unas emociones que por el momento no logra distinguir, se revuelve
sobre el desgastado sillón. Blanca, que ha vuelto de Berlín para pasar la
Navidad con ellos, al percibir el nerviosismo de su madre, la mira y le pregunta
que si se encuentra bien. ¡Silencio,
coño! Que esto está a punto de empezar, escupe Paco, su padre, con la
mirada amarillenta fija en el televisor y la boca entreabierta, preparándose
para engullir la primera uva, pelada y deshuesada previamente por María.
Blanca, aunque lo conoce bien, tal vez por haber pasado todo el año fuera, no
logra acostumbrarse a las reacciones de su padre. En realidad –María bien lo
sabe-, Blanca está contando los segundos para volverse a Alemania. Al fin y al
cabo, le guste o no, es su padre. María,
acostumbrada como está a las formas de su marido, la mira y asiente,
indicándole que sí, que todo está bien. Blanca fija su mirada en ella. María
siente como los ojos de su hija, con cautela y preocupación, vuelven a repasar
fugazmente el desconcertante maquillaje que ha escogido hoy para ocultar su
rostro, cuyo aspecto dramático y grotesco recuerda al de un actor teatral del
Barroco. Nada, hija, que me hago mayor. Y
como es Fin de Año… He querido maquillarme un poco más…, le ha dicho antes,
entre risas forzadas, justificando así el esperpéntico resultado. ¿Y qué iba a
hacer? Desde luego que no es la primera vez. La ropa suele ayudarle en estos
casos. Pero cuando su propio rostro se vuelve el blanco que escoge su marido
para arremeter contra ella, no le queda más remedio que ocultar los cardenales
debajo de una espesa masa de maquillaje. Ha llorado tanto que ya no siente ni
pena; se ha acostumbrado, esta es su vida. Pero Dios sabe que no puede más. Y
no quiere que su hija confirme sus sospechas; Blanca no es tonta. Los motivos
que desencadenan las violentas reacciones de Paco son cada vez más absurdos y
desconcertantes. María traga saliva al rememorar el de hoy, mientras una imagen
en primer plano del reloj de La Puerta del Sol anuncia la primera campanada en
el televisor. Se lleva una uva a la boca, recordando el cabreo desproporcionado
que se ha apoderado de su marido esta tarde, cuando al subir del sótano donde
suelen guardar las botellas ha comprobado que no había champán para brindar
esta noche. Coge la segunda uva y se la acerca a los labios, rememorando todas
las cosas horribles que le ha dicho, insultándola y gritando hasta
desgañitarse. Con la cuarta uva piensa en su aliento nauseabundo, el hedor de
alcohol y tabaco sobre su cara, y en el bofetón que le ha abierto la mejilla.
Con la octava, en su propia sangre mezclándose con una única lágrima que no ha
podido contener. Con la décima, la expresión de sorpresa que ha adoptado el
rostro de Paco cuando, posteriormente a la paliza, abre la nevera para buscar
una cerveza y se encuentra de bruces con la dichosa botella de champán... ¡Feliz año nuevo 2025!, anuncia la
presentadora. Fuegos artificiales, copas y aplausos. María se ha descontado. En
realidad, da igual. Mari, el champán,
ordena Paco, sin mirarla, con la mirada clavada en el diminuto atuendo que
luce la presentadora. María se levanta, dirección a la cocina, y vuelve con
tres copas de champán. Brindan. María se acerca la copa a los labios,
sujetándola entre sus dedos temblorosos. Da un trago y observa de reojo como
Paco acaba con la suya de un solo trago, emitiendo un repulsivo eructo al
terminar. Sin mucho más que añadir, Paco separa su ancho y
abultado abdomen de la mesa, para levantarse y dirigirse al sofá, donde deja
caer su voluminoso cuerpo sobre los raídos cojines. Está tan borracho y
acostumbrado a la bebida que no se ha percatado de nada. María, nerviosísima,
buscando un pretexto para escapar de la mirada de su hija y el pedazo de carne
ebria que tiene por marido, se dirige a la cocina, cargando con los restos de
uva, copas y otros platos. Temblando de pies a cabeza, se dirige al cubo de la basura y ahí
está: el bote de matarratas, completamente vacío. Su contenido, en este mismo
instante causando estragos en el estómago de Paco, procurará a su marido el
descanso eterno y a ella, un tal vez no más feliz, pero desde luego más justo
Año Nuevo.
Andrea C.
The Sad Christmas Series III
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